Por Rosana Garcia
Torrelles.
Cuenta la historia
mediante el relato épico Gîtâ, que en la India hace unos 5.000 mil años tuvo lugar
la gran batalla de Kurukshetra, en la que dos familias, los Pandavas y los Kauravas
se disputaban el trono de Hastinapura.
Los cinco hermanos
Pandavas, Yudhisthira, Bhima, Arjuna, Nakula y Sahadeva, habían sido
injustamente destronados por su malvado primo Duryodhana, el caudillo de los
Kauravas, y tras lograr ayuda de otros reinos se lanzaron a la batalla para
recuperar su reino. En el amanecer de aquel día, Arjuna pidió a su cochero que
pusiera su carro entre los dos ejércitos a fin de verlos mejor. El cochero de
Arjuna no era otro que el Señor, Sri Krishna, la encarnación de Dios en la
tierra.
Cuando Arjuna
distingue en el bando opuesto a sus amigos, familiares y maestros (ya que
Kauravas y Pandavas se habían criado juntos) siente su valor desfallecer. Sus
fuerzas desaparecen y su arco resbala de sus manos. Merece la pena detenerse en
el desaliento de Arjuna. El príncipe
aduce que matar a sus parientes sería un pecado imperdonable, y lo que siente
por todos los nobles héroes kauravas le impide tomar acción contra ellos. ¡Es
difícil hallar una causa más justificada para abandonar una acción!
Pero Krishna conoce
el corazón de su amigo. Arjuna está confundido y, aunque conoce su deber como
kshatriya, de la casta guerrera, su mente trata de excusarle de ese deber con
distintos argumentos. Arjuna no duda sobre
moral, sino que tiene miedo. No miedo a la batalla, en la que como guerrero es
un experto, ni siquiera a estar actuando erróneamente. Arjuna tiene miedo a
enfrentarse a la realidad, a deshacerse de sus
confortables apegos. En definitiva, este es el gran miedo que a todos
nos impide crecer.
En nuestra batalla
que es el camino espiritual, reconocemos nuestros apegos y apetencias, y
también nuestros miedos y fobias, como enemigos que nos dificultan el paso,
pero por miedo a perder nuestra supuesta seguridad, los teñimos con miles de
excusas para no derribarlos, los volvemos nuestros “familiares y amigos”,
aunque esto nos haga dependientes o infelices.
Esto no significa que
seamos hipócritas o malos estudiantes. En el transcurso del camino es posible
perder la perspectiva, lo que a menudo nos lleva a dar vueltas sin rumbo, y con
bastante frecuencia a magnificar los problemas, alimentándolos al darles tanta
importancia. Se hace necesaria en estos casos la ayuda de quien ha hecho el
viaje y conoce los vericuetos de la senda, para hacernos recobrar el punto de
vista objetivo.
Así, no obstante su
confusión, Arjuna tiene frente a sí a la Luz de la sabiduría en la persona de
Sri Krishna, y tiene la lucidez necesaria para decirle “enséñame, soy tu
discípulo”. Cuando Arjuna se rinde al Señor, implícitamente dice: “mi mente
está confusa, no puedo avanzar sin Tu ayuda” El discurso que Krishna canta en
Kurukshetra va revelando una por una todas las verdades de la espiritualidad,
que se funden en la gran única Verdad trascendente a todas las religiones y
credos, disipando así la turbación del pandava. No obstante, aunque Krishna
abre el paso para Arjuna, es éste quien finalmente lucha y vence en la batalla,
lo cual nos brinda otra valiosa enseñanza:
“Aunque el Guru es
indispensable, señalando el camino, somos nosotros quienes debemos decirle
hacia donde nos dirigimos.”
Nadie puede ni debe
hacer el trabajo por nosotros.
Corrección y reproducción. RGT
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Namaste, mi alma
saluda a tu alma.
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